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Podcast: Adriana, silencio, culpa y encierro femenino en el cine cubano

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Transcripción
Podcast: Adriana en Mujer Transparente. Silencio, culpa y encierro femenino en el cine cubano
AmaELEspañol: el español cubano contado desde sus películas.
Hola, soy Ada Iglesias, profesora de español —especialmente en su variante cubana— y doctorante en cine cubano contemporáneo. Mi investigación se centra en las películas realizadas en Cuba a partir de los años noventa, una etapa marcada por cambios políticos y sociales profundos, en la que muchos cineastas transformaron no solo su forma de contar historias, sino también su manera de expresar aquello que no podía decirse abiertamente.
Me interesa especialmente cómo el cine cubano de esos años utiliza el lenguaje cotidiano, los modismos, el humor y la oralidad popular para expresar tensiones políticas, afectivas y sociales de manera velada: a veces irónica, a veces simbólica y siempre inteligente. En el cine pos-80, la crítica directa casi no aparece. Lo que aparece es el susurro, el gesto mínimo, la metáfora, la elipsis, el doble sentido. Y mi trabajo —y este podcast— consiste precisamente en escuchar esas zonas de silencio y descifrar cómo el lenguaje funciona como rebeldía, como refugio y como comentario social.
Por eso decidí crear este espacio: para analizar películas cubanas desde lo íntimo, lo lingüístico y lo simbólico; para mostrar cómo detrás de cada frase cotidiana, de cada expresión popular, de cada diálogo aparentemente inocente o incluso de cada imagen pintada en una pared, late siempre una lectura crítica de la vida en Cuba.
Hoy continuamos nuestro recorrido por Mujer transparente y nos detenemos en su segundo capítulo: Adriana: silencio, culpa y encierro femenino en el cine cubano
Si en Isabel veíamos a una mujer agotada por la doble jornada y la autoanulación, aquí entramos en otro territorio: el encierro, pero esta vez no impuesto desde afuera… sino desde adentro.
Adriana es la historia de una mujer mayor, formada en una moral rígida —católica, patriarcal, anterior a la Revolución— que vive sola en su casa. No está encerrada por nadie; está encerrada por una voz interior que vigila, que regaña, que censura. Y ese es precisamente el corazón del corto: cómo la culpa y el pudor, una vez interiorizados, pueden ser más fuertes que cualquier vigilancia externa.
Y aquí quiero añadir algo importante: Adriana es una mujer formada antes de la Revolución, marcada por ese pudor católico y patriarcal que educaba a las niñas en la culpa y el recato. Pero el corto no presenta ese origen como un problema superado. Al contrario: Mujer transparente muestra que la Revolución transformó el discurso público, pero no necesariamente la vida íntima de las mujeres. Radio Reloj repite consignas optimistas, pero Adriana sigue sola y atrapada en mandatos que vienen de antes, y que ninguna política logró desactivar. Esa tensión —entre la promesa de liberación y la persistencia del silencio interior— es una de las críticas más sutiles y poderosas del corto.
Desde la primera escena se marca una asimetría poderosa entre mundos. Afuera, un grupo de técnicos telefónicos —jóvenes, ruidosos, vulgares en su humor cotidiano—. Adentro, una mujer silenciosa, tímida y profundamente consciente de su cuerpo envejecido. Y de pronto, uno de ellos lanza un piropo: “usted está hecha un pollo”.
Aquí conviene recordar algo fundamental del contexto cultural cubano: en Cuba los piropos forman parte del paisaje sonoro cotidiano. No suelen percibirse inmediatamente como agresión; muchas veces se interpretan como gesto de familiaridad o galantería. Sin embargo, cuando los observamos en profundidad, revelan una estructura machista muy clara: la mujer es mirada, evaluada y comentada en función de su apariencia. Lo que culturalmente se normaliza como costumbre no deja de ser una forma de control simbólico sobre el cuerpo femenino.
La expresión “estar hecha un pollo” lo muestra con claridad. En el habla popular cubana significa estar joven, fresca, “tierna”, atractiva: una metáfora culinaria que convierte a la mujer en objeto de consumo simbólico. Por eso, el piropo no es solo un comentario fuera de lugar, sino un recordatorio abrupto del lugar que la cultura asigna a la mujer: vales en la medida en que luces joven, fresca y deseable, aunque el tiempo haya seguido su curso.
Ella responde con una frase cargada de melancolía: “el tiempo pasa volando”. Y en esa frase está su vida entera: el paso del tiempo como pérdida de belleza, de deseo, de lugar social.
El corto contrapone dos discursos que nunca se tocan: el discurso exterior masculino, hecho de bromas, piropos, ruido y deseo; y el discurso interior femenino, hecho de culpa, vergüenza, dudas y prohibiciones. Lo más interesante es que no hay un hombre que la oprime directamente. El conflicto no viene del otro: viene de ella misma. O mejor dicho, de una voz que lleva décadas escuchando: la voz del deber, del recato, de la moral estricta, de la vigilancia constante del cuerpo femenino.
Su pensamiento está lleno de frases que la detienen: “¿Qué haces?”, “No sigas”, “Estás vieja”, “Mírate…”. Es una voz íntima, pero no es personal: es la voz colectiva de una sociedad que ha enseñado a las mujeres a esconderse, a vigilarse, a sentir vergüenza incluso cuando están solas.
Un recuerdo del pasado lo deja claro: “Cierra la puerta, Adriana, no me gusta que te asomes cuando hay hombres en la casa”. Ese eco disciplinario la paraliza en el presente. No le impide abrir la puerta por miedo al hombre, sino por miedo a sí misma: miedo a lo que podría sentir, desear o imaginar.
El cuerpo de Adriana no es un cuerpo visible en el espacio social. No es madre, no es esposa activa, no es joven, no es objeto de deseo. Esa exclusión se convierte en aislamiento. Su cuerpo es, literalmente, un cuerpo sin lugar. Y por eso, cuando cierra la puerta al final, ese gesto no es protección: es renuncia. Una renuncia al deseo, a la mirada del otro y a la posibilidad de ser vista sin culpa.
A nivel fílmico, el corto funciona como un entramado de voces superpuestas. La primera es la voz de Radio Reloj: el discurso oficial, triunfalista, repetitivo, desconectado de la realidad cotidiana. Mientras Adriana vive en sombras, la radio anuncia “logros científicos” o “eficiencia productiva”, e incluso lanza titulares irónicos como “¡Habrá vianda en Villa Clara! Créalo” o “Con menos recursos que nunca el país está haciendo más que nunca”. Es un discurso que habla… pero no escucha, y su mera presencia funciona como crítica social.
La segunda voz es la interior: la mente de Adriana, llena de culpa, de repeticiones, de pudor y de deseo reprimido. Y la tercera voz es la música de ópera, ese rastro de un pasado más luminoso: juventud, sensibilidad, educación, belleza. Un pasado que contrasta dolorosamente con la inmovilidad presente.
El teléfono se convierte en metáfora perfecta: hay voces, hay líneas, hay mensajes… pero no hay interlocutor para Adriana. Visualmente, la película refuerza esta sensación de encierro: habitaciones casi vacías, luz tenue, aire suspendido, un tiempo detenido. Adentro, estancamiento. Afuera, una Cuba que dice avanzar —al menos en el discurso oficial.
La escena donde Adriana quema fotos y recuerdos no es liberación: es un intento de apagar lo que no se le permite vivir. La ópera se consume en el fuego como si quemara la última posibilidad de abrirse al deseo.
Luego llega la escena del técnico. Ese hombre no es la salvación: es la grieta. Una luz entra por la ventana, una voz joven la llama por su nombre. No es él: es lo que representa. La posibilidad de ser mirada de otra forma, aunque sea por un instante. Pero Adriana no abre la puerta. Y ese cierre es definitivo.
Desde la sociolingüística, el corto trabaja tres registros que representan tres mundos. El primero es el institucional de Radio Reloj, lleno de fórmulas impersonales, optimismo obligatorio y consignas productivas. El segundo es el registro coloquial masculino: directo, espontáneo, humorístico, donde los piropos funcionan como norma cultural. Y el tercero es el registro interior de Adriana: un español culto, pausado, introspectivo, propio de una mujer educada antes de la Revolución, pero fracturado por repeticiones que revelan miedo y autocensura.
En este corto, el Estado habla, el hombre improvisa y la mujer piensa. Y, sin embargo, ningún discurso se comunica con otro. La casa y la voz se convierten en superficie de escritura. El silencio es un espacio lleno, saturado de palabras que no encuentran dónde decirse. Y el español cubano —el del Estado, el de la calle, el íntimo— se convierte en la textura misma de la película. En el cine cubano de los noventa, la lengua no solo se habla: se filma.
Adriana es una mujer que no abre la puerta, pero cuya mente está llena de palabras. Es un personaje que no participa en la vida pública, pero cuya voz interior está saturada de pensamiento, culpa, ironía, miedo y deseo. Este corto no habla solo de ella: habla de todas las mujeres que crecieron aprendiendo que mirar es peligroso, que desear es vergonzoso, que el cuerpo es algo que se controla… y que el silencio es más seguro que la palabra.
Y la pregunta permanece: ¿Cuántas Adrianas siguen existiendo hoy?
Mujeres que piensan muchísimo… pero que nunca encuentran un espacio donde decirse.
Antes de despedirme, te invito a visitar mi sitio web: www.amaelespanol.com. Allí encontrarás un catálogo de cine cubano —actualmente en construcción— con la ficha técnica de cada película, un análisis discursivo, un análisis lingüístico con todas las expresiones que aparecen en ellas —incluyendo los minutos exactos donde se escuchan— y, además, enlaces a las plataformas donde puedes ver los filmes online.
Si te interesa el español cubano, la cultura de la isla o simplemente descubrir un cine que dice mucho incluso cuando parece callar, AmaELEspañol es un buen punto de partida.
¡Nos escuchamos en el próximo episodio… donde seguiremos desdibujando silencios y revelando lo que el cine cubano quiere decir entre líneas!
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Cada película abre una ventana distinta a la lengua y a la cultura de Cuba.



